miércoles, 2 de enero de 2008

Estatua o el moderno Pigmalión

Finalmente, después de tres meses de poco sueño y mucha nicotina, la obra de Federico Bautista comenzaba a cobrar la forma que él había imaginado escondida bajo la piedra. Sus manos se confundían con la blancura del mármol que tallaba con movimientos circulares y uniformes. 


Creyó que sus ojos lo engañaban e intentó frotarlos con las manos empolvadas, el castigo fue cruel pero duró unos segundos. Unos retoques más al rostro y el cabello y estaría terminada. No podía esperar para ver lo que alguna vez le fue revelado en sueños. La inspiración le había llegado directamente de los dioses y no de una mujer de carne y hueso o su escultura no sería tan perfecta. 


Retrocedió unos pasos y encendió un cigarrillo y repasó con la mirada las formas de la estatua: el tamaño de los pies, la longitud de las piernas, la redondez de la cadera, la suavidad del vientre, la proporción de los senos, la firmeza de los brazos, el tamaño de cada uno de su dedos. En cuanto al cuerpo no encontró nada que hiciera falta o que estuviera de más, nada en ella le molestaba a excepción de su excesiva perfección. Por unos segundos dudó en mirar el rostro de su obra por miedo a que desentonara con lo que acababa de contemplar extasiado. Cuando se decidió a mirar el rostro de la mujer de piedra descubrió con sorpresa que era aún más hermoso de lo que esperaba. 


La blancura de su piel, su impavidez, sus heladas manos y la tranquilidad que reflejaba su mirada sin dirección le traían a la mente a un muerto. De repente le asaltó la idea de que su escultura estaba muerta. 


...Pero la perfección no pertenece a este mundo -pensó- No, no está muerta, es sólo que ella no es de este mundo...
Pasó el resto de la noche escuchando el sonido de los grillos que otras veces lo arrullaban y ahora lo mantenían sumido en un ensueño, divagando sobre la vida humana y sus límites, los que él acababa de traspasar por medio de la creación. La penumbra en la que se encontraba el cuarto debido al grueso de las cortinas de terciopelo rojo no permitieron a Federico darse cuenta de que ya había amanecido, pero no le impidieron sentirse un Dios, creador y omnipotente. Si ya había conseguido crear y su creación carecía de defecto alguno, lo único que le hacía falta era respirar su aliento sobre ella para darle alma. 


No sabía de qué modo hacer para traer a su mujer a este mundo de vivos. Aunque algo de esa idea le molestaba. Su mujer era perfecta y este mundo no, en este mundo no había lugar para la perfección. 


...Pero si yo la hice yo mismo la puedo deshacer -murmuró para sus adentros dándole la espalda con un giro brusco.
...No, no puedo destruirla, no me lo perdonaría... Volvió a mirarla y se postró de rodillas ante ella con los brazos extendidos hacia los costados. Sin dejar de mirarla y con la voz temblorosa le preguntó en voz alta: ..¿Quién eres y por qué dejaste que yo te materializara? ¿Acaso soy sólo un instrumento que utilizaste para algún propósito? ¿o es verdad que soy tu creador y vivías en mi mente desde antes de que te concibiera como idea? Inspiración propia o divina, dime si tu existencia tiene un propósito...


Creyó sentir que por su espalda se deslizaba una gota de agua helada, un escalofrío recorrió su cuerpo. 

-Federico- Era una voz tan dulce que se le figuró que en lugar de palabras eran notas musicales.


Sus oídos lo estaban engañando, sacudió la cabeza para aclarar su mente. -Federico- Volvió a sacudir la cabeza, incrédulo, confundido y desconfiando de sus propios sentidos. Trató de ignorar lo que acababa de escuchar para convencerse de que había sido producto de su imaginación y ya más decidido miró su estatua fijamente como dispuesto a reiniciar su interrogatorio. Esta vez sus oídos no lo engañaban, eran sus ojos los que estaban jugándole una broma: los labios entreabiertos de la mujer de piedra comenzaban a moverse, muy despacio.. la piedra crujía como si desde adentro la estuvieran rompiendo para liberarse de ella. Se movían para cerrarse un poco y dejar escapar un sonido de viento y luego volverse a abrir para dejar salir de la boca un sonido más articulado.. 


-Fe..-. 


Federico se horrorizó y se levantó de un brinco para tratar de alcanzar la puerta y salir corriendo. Algo se lo impidió. Sus miembros, de pronto, no le respondieron.

-Federico-. Volvió a escuchar y renegó de sus sentidos. 


-Déjame en paz-. Gritó con todas sus fuerzas. -¡Tú no estás viva, tú no eres de este mundo, eres una estatua!- 


Seguía sin poder moverse. Su corazón comenzaba a agitarse. Las venas de sus brazos y su cuello se saltaron desproporcionadamente. La misma sensación de la gota helada que le había recorrido la espalda al principio, comenzaba a recorrerlo de nuevo, pero esta vez más despacio, y no estuvo seguida de un escalofrío, más bien, al contrario, sus músculos estaban tan helados que parecía un bloque de hielo con forma humana. 


Escuchó detrás de sí un sonido áspero, como si rasparan la duela de su habitación con una lija, pero muy despacio. Estaba aún más horrorizado cuando se dio cuenta de que lo que raspaba la duela era el mármol arrastrándose lentamente a través de la habitación. La distancia entre él y la estatua sería cuando mucho de dos metros. No sabía cuánto habría recorrido ya pero no podía ser mucho, se movía con lentitud. Necesitaba desesperadamente salir de ahí pero sus miembros seguían petrificados del miedo. Con un esfuerzo sobrehumano logró levantar una pierna y después la otra, dio un paso y luego otro. Y se detuvo. Ya no se escuchaba nada, ni un sonido leve, ni la voz, ni el mármol sobre la madera. Instantáneamente se tranquilizó y tomó aire, creyó que todo lo había imaginado y se sintió ridículo. 


Dio media vuelta para ver de nuevo su estatua en el lugar donde él la había dejado y, casi con el corazón paralizado, encontró el lugar vacío y la duela completamente raspada, miró sin aliento los surcos formados que lo conducían hasta donde él se encontraba. Levantó la mirada con lentitud, casi por inercia y de reojo la vio, parada a su lado derecho, con el brazo izquierdo extendido hacia él.
-Ven conmigo- le dijo sin mover los labios la estatua ..yo no existo sin ti, te necesito tanto como tú a mí. 


-NOOOO!- Gritó Federico y la tomó del brazo e intentó lanzarla al suelo pero no lo consiguió debido al tamaño y el peso del mármol. Ella extendió la mano y la cerró para sujetarlo con fuerza. La mano helada quemaba su piel y la presión no dejaba circular la sangre. Quiso volver a gritar pero no pudo y tuvo que ahogar su voz en un gemido. Jaló con fuerza pero en lugar de soltarse sólo consiguió hacerse más daño. Su respiración era cada vez más agitada y los latidos de su corazón aumentaron casi al grado de una taquicardia. Sudaba frío por todos lados y se sentía desfallecer. Un último intento para soltarse de la mano que lo sujetaba: jaló su brazo con todas sus fuerzas y sintió que en ese jalón se le iba la vida. 


Cayó al suelo y la fuerza del jalón hizo que la estatua cayera junto con él. Escuchó a lo lejos la voz de su mujer que le decía con suaves palabras:


-Tú me creaste y no podías destruirme, soy parte de ti. Pero aquí no hay lugar para mí, así que debo partir.. ¡Contigo!


Al caer, Federico golpeó su cabeza contra el piso de la habitación, la última imagen que pasó por sus ojos fue la del mármol blanco estrellándose contra el piso y regándose por la habitación en mil pedazos. La cabeza casi intacta de la estatua golpeó el pecho de Federico y rodó hasta el suelo para terminar colocada justo enfrente de su creador, en donde éste yacía con los ojos abiertos.