En realidad no sé por dónde empezar… Ni siquiera sé si esté bien que publique esto, aunque muy poca gente visita este blog y eso me dá confianza para escribir algo tan personal aquí.
Fue a comienzos del 2002, yo tenía apenas 18 años. Iba saliendo del trabajo cuando un tipo se me acercó, platicamos y me invitó un café… Al día siguiente me despertó el teléfono del cuarto de un hotel en Satélite, el hombre de la recepción me preguntaba que si se me ofrecía algo y yo le pedí un taxi y la hora: eran las seis de la mañana del día siguiente, estaba sola y por las pocas imágenes que podía recordar me estaba dando cuenta de que había sido violada.
En casa, mis papás estaban histéricos porque era la primera vez que no llegaba a dormir a la casa sin avisarles. Les dije que me había ido con una amiga del trabajo pero no me creyeron. Días después, mi hermana me dijo que tenía la sospecha de que algo malo me había pasado esa noche, que yo no era así y que podía confiar en ella para cualquier cosa. Le conté lo que me había pasado y ella bajó corriendo a decirle a mis padres que YO TENÍA ALGO IMPORTANTE QUE CONFESARLES!!! Me quedé helada y después de mucho tiempo e incómodas miradas solté la sopa como diarrea verbal.
Llamaron a una de mis tías que es abogada y ella me convenció de no levantar una demanda debido a que ya había pasado tiempo y no había pruebas que confirmaran que yo tenía razón (ooookkkk Eso fue humillante!!). Decidí seguir con mi vida como si nada hubiera pasado, a fin de cuentas yo sólo recordaba partes de lo sucedido y eso facilitaba mi amnesia autoinducida.
No necesito decirles que me postulo a favor de la pena de muerte para violadores y secuestradores, ¿verdad? Es más, si me preguntan a mi, sugiero que les apliquen la muerte por mil cortes.
Yo creí que lo que había pasado había sido como estar en el infierno, pero lo peor apenas estaba por venir. Hice mi mayor esfuerzo por “vivir normalmente”, si así se le puede llamar a no poder dejar de pensar en un suicidio lento y doloroso a la vez que aparentaba ser una hija de familia feliz y agradecida con la vida por mil razones (inventadas o sacadas de la manga o completamente forzadas). Reía como siempre, veía la tele como siempre, platicaba con la gente como siempre, salía con mis amigos como siempre… todo mientras pensaba que cualquier lugar podía convertirse en una excelente escena del crimen con un poco de imaginación y muchas ganas, que era lo que me sobraba. Con todo y eso, un día cualquiera, mi hermana se me acercó y de la nada soltó una de las frases que me han marcado para siempre: “Yo como que te veo muy tranquila para lo que te pasó”. GIVE ME A BREAK!!! ¿Cómo les explico lo que sentí en ese momento?
Anyway, al poco tiempo me enteré de que mi mamá tampoco había creído mi “cuento” (así le decían ellos, mi familia) y fue cuando el mundo se vino abajo. No podíamos estar en la misma habitación sin discutir y sin que terminara llamándome golfa. No lo soportaba y me encerraba en mi habitación a llorar y gritar hasta quedar afónica. Mi hermana llegó a presenciar algunas de estas escenas, y aún así creía que yo estaba “muy tranquila”.
Por esas mismas fechas, mi abuela se fracturó la cadera y necesitaba reposo, así que me ofrecí como voluntaria para cuidarla. Hasta entonces, mi abuela y yo nunca nos habíamos tratado mucho, pero hubiera hecho cualquier cosa con tal de salir de casa de mis padres. Estuve ahí hasta que entré a la carrera y regresé a casa, la marea estaba baja de nuevo pero cada que yo salía con mis amigos había gritos y mi madre me recordaba que aún no confiaba en mí.
Al final se dio por vencida y entendió que con o sin su confianza, yo terminaría haciendo lo que se me pegara la gana… ¿qué más me podía pasar? Tenía pocas razones para vivir pero no me atrevía a suicidarme, sólo rogaba encontrar la muerte en cualquier esquina.