jueves, 7 de marzo de 2024

Just deserts

Yo agradezco mi trabajo, siempre agradezco tener empleo, sobre todo desde la pandemia. Entiendo lo difícil que sería mi vida si no tuviera empleo y lo mucho que me costaría encontrar otro con mi sueldo actual. 

Pero también odio mi empleo. No odio lo que hago, eso está bien, supongo, a veces es entretenido. Pero odio las condiciones en las que llegué aquí. Odio sentir que "caí aquí" por injusticia de la vida. Entré a este instituto en 2018 por concurso. Hice un examen y sólo yo lo pasé, de entre 28 candidatos, yo me gané el puesto. Era el puesto de mis sueños, ganaba bien, mi jefa era maravillosa, el trabajo no era estresante y yo era buena haciéndolo porque era justo lo que me gusta hacer. Mi jefa quería retirarse y dejarme a mí en su lugar, así que yo esperaba obtener ese ascenso en unos meses. 

Y de pronto todo cambió, de un día para otro, el instituto cambió de funciones, corrieron a la mitad del personal y a quienes nos quedamos nos repartieron en puestos de manera aleatoria. Yo caí en un equipo de investigación, y mi contrato ahora era en un puesto mucho más bajo con un sueldo en consecuencia más bajo. Mis funciones ahora no eran las de editar y corregir textos, sino hacer investigación para políticas públicas. Yo nunca había hecho eso. He tenido que aprender muchas cosas, pero otras simplemente no las voy a aprender porque no son parte de mi formación profesional y porque hay otras personas en el equipo que sí las saben y, por ende, son quienes se encargan de ellas. 

Llevo ya cuatro años en este puesto y no puedo ponerlo en mi CV porque no me he especializado en nada. Básicamente he desempeñado funciones de becaria, y son cuatro años perdidos editorialmente. No he encontrado un empleo en el medio editorial donde ofrezcan lo que gano actualmente (es un medio muy precario) y los pocos que he llegado a encontrar tienen tanta demanda que los terminan obteniendo personas con mucha más experiencia, que no llevan cuatro años estancados como yo. 

Me aterra pensar que no volveré a encontrar un empleo como el que yo tuve en 2018, que me lo arrebataron a la mala, injustamente. Me aterra pensar que el universo me manda este mensaje de que yo no merecía eso y que caí aquí porque aquí es donde yo pertenezco, es para lo que me alcanza. Tengo 40 años, una maestría, más de diez años de experiencia en edición y corrección de estilo y a mí sólo me alcanza para ser becaria de investigación, hacer funciones de apoyo y asistencia para personas mucho más jóvenes que yo y con un futuro mucho más prometedor. Y no es que yo sea mala en lo que hago, por supuesto que no, es decir, es difícil equivocarse cuando tu único trabajo es buscar información en internet y hacer tablas. 

Es difícil que en la función pública se abran plazas, y las que se abren son a cuentagotas. Cuando se llegan a abrir puestos como el que yo tenía, evidentemente los obtienen otras personas. Yo no. Yo no puedo aspirar a volver a eso. Yo veré ascender a todos a mi alrededor y tendré que tragarme esa humillación cada vez que pase. O renunciar antes de que eso pase. Y luego, ¿qué? 

Entonces es así, odio todo esto. Odio sentirme miserable, insignificante, insuficiente. Odio que mis funciones sean tan irrelevantes que me hacen sentir como un niño al que le dan una tablet para que se entretenga y no interrumpa las conversaciones de los adultos en la mesa.

Pero sí estoy agradecida por tener empleo. 

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